Al pintor de raza, al pintor que pinta para entender a la realidad
¡Quién tuviera la suerte de ser escritor! ¡ Quién tuviera la fortuna de pertenecer a ese grupo reducido, rara especie, preciosa especie, de los Saint-Exupéry, Solana, Vercors, Baroja (Ricardo), García Lorca … ! O Santos, este Eduardo Santos que se nos llega a las letras humildemente, como una sorpresa, presentida sin embargo.
Al pintor de raza, al pintor que pinta para entender a la realidad, se le escapa con frecuencia, con toda naturalidad, la palabra, que es la autoconciencia de la misma realidad. Y al poeta le conviene, muy mucho, encontrar algo en que depositar su palabra: por ejemplo, uno de estos árboles de una Extremadura lírica – sorprendente pero real Extremadura -, que ve para vosotros la pupila de Eduardo Santos. Si os fijais bien, son árboles muy reales, árboles con esa condición dura de la madera granate, almagre o sangre de toro, del alcornoque: y a esos árboles del ejido y el sol, los toca el pincel de Santos con una suerte de gracia oriental. No se sabe de donde les ha llovido la gracia, como le llueve al campo la mañana, el maná blanco del rocío. Con esa facilidad de las cosas importantes, a los árboles de Eduardo les florecieron las palabras. Los versos de Eduardo Santos, mi amigo, tienen en sí mismos la simplicidad y la frescura. La espontaneidad, que puede – y lo es en este caso – una actitud culta.
Leer este libro, y ver este libro, que me trajo bajo el brazo Eduardo, con una timidez encantadora, ha sido para mí un regalo. Es una pequeña-gran obra integral, que descubre, ¿o le evidencia aún más?, un artista integral.