El pintor y grabador Eduardo Santos Guada es madrileño y en madrid ha realizado la mayor parte de sus exposiciones que, casi siempre, están dedicadas a la naturaleza y al Árbol. Pero no por ello hemos de catalogarle cono paisajista, pues su manera de entender esa Naturaleza que ama y siente le lleva a una «transcendentización» que linda con lo abstracto.
Poco importa que la técnica (puntillista a veces) nos haga pensar en un paisaje tradicional: la terrible soledad de estas estampas (dieciséis óleos, ocho acuarelas y cuatro dibujos), tienen más en común con la pintura metafísica que con la simple interpretación de unas tierras, unos bosques o unas montañas. El árbol, protagonista solitario (en ocasiones) es una clave que ayuda a descubrir el secreto de estas obras, tan sensibles como herméticas.
Y no es que falten alusiones y localizaciones (por ejemplo esa desolada visión de Roma, esos escenográficos Jardines de La Granja, esa misteriosa isla de Formentera), sino que el pintor busca más allá de la apariencia del paisaje. Busca el alma del paisaje, que es algo inconcreto. De ahí, la aparente paradoja de una pintura realista que no es realista.
J.R
Publicación en ABC | mayo 1991