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La elección que supone el mostrar dentro de una misma exposición dos estilos de arte completamente distintos es siempre una labor compleja. Requiere de buen juicio que permita equilibrar las potencialidades expresivas de cada producción para que, lejos de eclipsarse la una a la otra, permita una contemplación coherente de ambos lenguajes. Más aun si, como en le caso que nos ocupa, se trata de escultura y pintura.

Desde el día 26 de febrero la Galería Alfonso XIII acoge la obras de Ramón Muriedas (Villacarriedo, Santander 1938) y madrileño Eduardo Santos Guada. Al primero le acompaña una consolidada trayectoria profesional y, al segundo la certeza de encontrarnos ante un potencial artístico emergente.

Las obras escultóricas de Muriedas, realizadas en bronce sobre el que actúan pátinas, desarrollan su temática característica. A modo de cuadros hogareños, sus personajes suelen congregarse en grupos de dos y tres personas, entorno a la presencia del padre como personaje aglutinador de la mayoría de las composiciones. Sus expresiones serenas, se diría distantes, sitúan siempre lo representado en un plano alejado de la ternura vacua y gratuita. Las líneas con que define sus contornos, llenas de movimiento y vivacidad, contrastan en este sentido con el silencio que rodea a sus personajes y los filian directamente con sus dibujos, de los cuales aquí encontramos una buena muestra: vivaces de trazos discontinuos, traducen de manera expresiva la pulsión latente en todo su arte. Y no podía ser de otro modo porque cada una de sus obras es en cierto modo única al retocarla una y otra vez hasta lograr esa estética tan característica de superficies palpitantes.

Por otra parte, el arte de Santos Guada aparece representado mediante algún óleo, litografías y, sobre todo, por sus acuarelas que envuelven y aligeran el peso de los bronces expuestos al tiempo que emanan luminosidad y frescura. A través de una pincelada muy suelta, el pintor opta por la representación de paisajes que ofrecen al deleite de sus sentidos: mares infinitos de tonos violáceos y esmeraldas o campos extremeños salpicados de color. Con gran sentido estético emplea una técnica muy suya, mezclando los pigmentos con agua de mar para dar una consistencia personalísima a cada obra.

En suma, una conjunción de creaciones personales de calidad que aunadas dan lugar a una visión sincera, ordenada y coherente en las salas de la galería.

Galería Alfonso XIII
Sella del Pozo Coll